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domingo, 25 de septiembre de 2011

La adopción



En la actualidad, debido a las técnicas reproductivas, no faltan quienes insisten: "¿Y por qué vas a adoptar? Mejor intenta una inseminación", interviniendo en la decisión de una mujer que, por alguna razón personal, ha decidido no someterse a técnicas acerca de cuyos efectos aún no tenemos suficientes aportes clínicos y psicológicos. Son las amigas que afirman: "Siempre es mejor el hijo propio, el de una..." sin considerar que el hijo propio probablemente se convierta en trillizos o cuatrillizos, y que, por otra parte, quien decide adoptar tiene razones personales, físicas o psicológicas para hacerlo.

Tampoco faltan quienes se ocupan de demonizar la adopción contando cuántos adoptivos-problema conocieron o cuántos padres frustrados encontraron. Así como existen otras personas que sólo atinan a empujar a la pareja: "¡Qué maravilla... Qué bien! Es lo mejor que pueden hacer. ¡Les va a ir bárbaro!", con un entusiasmo que a los adoptantes les resulta absolutamente ficticio.

Hasta aquí me ocupé de describir vivencias (sentimientos) y deseos acerca del adoptar. Son dos instancias diferentes: los deseos no tienen la misma carga de afecto que los sentimientos. Los sentimientos están más unidos a las necesidades. Entonces, una cosa es necesitar un hijo y otra es desearlo.

La necesidad puede satisfacerse con la adopción. Pero desear a un hijo, vale tanto para el biológico como para el adoptivo, implica poder aceptarlo como es, con sus aspiraciones y con modos de ser que no siempre coinciden con el modelo familiar. Cuando así sucede con los hijos biológicos, los padres se preguntan: "¿A quién habrá salido?" P

ero cuando sucede con los adoptivos... automáticamente se les adjudica la responsabilidad a los progenitores. Lo cual no es válido, porque puede tratarse de modalidades propias del hijo, que no tengan relación alguna con su historia previa a la adopción. Estos son fenómenos que es interesante tener en cuenta cuando se habla de las vísperas de una adopción, porque es pertinente que, antes de adoptar, los padres puedan reflexionar no sólo acerca de lo que les sucede a ellos, sino anticiparse a lo que resultará cuando estén junto con el hijo.


De allí que hemos distinguido entre deseo de embarazo, que la mujer vivencia de un modo y el varón de otro, deseo de hijo -que implica respeto hacia ese otro ser con sus propias características- y deseo de adoptar, que resulta de una reflexión delicada y rigurosa donde, al mismo tiempo, se mezclan y superponen afectos y no sólo pensamientos y decisiones. Es decir que los futuros adoptantes atraviesan por jornadas de intenso trabajo psíquico que excede, largamente, el hecho de hablar de sus ganas de adoptar.

martes, 22 de marzo de 2011

La idea de adoptar un niño



Aceptando los resultados de los estudios realizados, y decididos a tener un hijo, ya que no pueden hacerlo, se inician las conversaciones entre ese hombre y esa mujer que renuncian a ver crecer el vientre fecundo, para sustituir esa espera por otra, ensayando el amor -imaginario por el momento-, hacia esa otra criatura que nacerá de una mujer desconocida y ajena.


Es habitual que hombres y mujeres se inquieten ante la posibilidad de incorporal en los vínculos familiares a esa otra criatura; que teman lo que se denomina herencia y que, por lo general, no preocupa tantc desde la salud física sino desde una perspectiva psicológica: "¿Traerá alguna mala costumbre, heredada de los otros?" Lo cual se suma al temor ante la herencia biológica que, suponen, podría significar alguna enfermedad grave o incurable.

Al respecto, será conveniente tener en cuenta que los niños que se adoptan a través de trámites legales, pasan por una consulta pediátrica, previa a la adopción, lo que garantiza su estado de salud. No es frecuente encontrar esa temida herencia orgánica, exceptuando alguna situación que pueda aparecer a lo largo de los años, tal como podría ocurrir con un hijo biológico.

Una interpretación de este miedo a la "enfermedad o herencia" del niño, nos conduce a una hipótesis opuesta a dicho temor: quienes en realidad tienen un padecimiento, una alteración, son los futuros adoptantes.

Quienes sufren esterilidad o infertilidad son ellos. La angustia que eso produce, el horror ante la propia imposibilidad determina que se proyecte el miedo a "lo malo" en el futuro hijo, cuando en realidad quienes se sienten portadores de dicho "mal" son los padres.

Al margen de estos matices, es preciso reconocer el progresivo incremento de la esperanza. Como resultado de las conversaciones con otros adoptantes, cada pareja va adquiriendo nociones respecto del adoptar, de los problemas y disfrutes que provee y, especialmente, de la posibilidad de organizar una familia tomando como base la adopción. Y como fundamento la esperanza de sentirse llamados papá y mamá.

lunes, 14 de marzo de 2011

La influencia de familiares y amigos en la adopción



Aunque resulte asombroso, podemos afirmar, como resultado de la práctica profesional, que los padres adoptantes suelen generar envidia en numerosas personas cercanas, vecinos, amigos y familiares. ¿Por qué?

Porque quienes adoptan son personas que han sido capaces de oponerse al mandato de la Naturaleza: a una biología que decía no, es decir, que no autorizaba un embarazo, estos padres le oponen un sí desde la cultura, desde su posibilidad de amor, desde su generosidad y desde el reconocimiento de su imposibilidad. Es decir, disponen de una solidez emocional que les permite apostar a esta criatura de origen desconocido y a su propia calidad como futuros padres en dicha situación.

Es decir que evidencian poder. Y ante esa evidencia, es frecuente que se desate la envidia de aquellos que dicen o sienten: "Yo nunca podría adoptar". Es la gente que más tarde habrá de mirar con asombro, dudas, y comentarios descalificantes a los adoptivos. Se los reconoce fácilmente. Son aquellos que dicen: "¡Vos sí que tenes coraje! Atreverte a adoptar". O bien: "Qué obra de bien que vas a hacer...," con lo cual colocan al niño en situación mendicante, y no sólo como abandonado-rescatado por la cultura.

También están las vecinas o conocidas que, encontrándose en algún negocio con la madre y el niño, ya grandecito, lo miran y, siendo una criatura ostensiblemente diferente a la madre, le dicen: "Qué lindo ¿A quién se parece?", cuando saben o sospechan que se trata de un adoptivo, poniendo a la adoptante en situación de dar explicaciones. Algo que, personalmente entiendo no conviene que haga. A lo sumo, repreguntarle a la interlocutora: "¿Y qué te parece? Vos que me preguntas, ¿a quién lo encontrás parecido?" Es decir, negarse a hacerle el juego a la pregunta venenosa, invasora, descalificante.

A veces, son los abuelos los que advierten acerca de lo que estiman riesgos de la adopción, así como otros la apoyan fervientemente.